Envidia: ¿es mejor despertarla que sentirla?

«Envidia: es mejor despertarla que sentirla», decía un antiguo anunció de champú en el que una modelo meneaba su preciosa cabellera. Y hoy escribo sobre el tema porque hace poco viví un episodio inesperado que me ha hecho reflexionar al respecto.

Detrás de la envidia puede haber problemas de autoestima, autocrítica, comparaciones, miedos, inseguridad, ansiedad, hostilidad, rabia, depresión. La envidia está condicionada por la carencia, por sentir que lo que el otro tiene o es no está al tu alcance.

La envidia es una declaración de inferioridad. — Napoleón Bonaparte / Vicente Huidobro.

Desde niña he sido objeto de la envidia, esa admiración perversa de la gente que quiere verte caer. Sufrí el desprestigio de lenguas viperinas en el colegio, acoso moral en el trabajo y encontronazos con supuestas amistades que dejaron de serlo. ¿Quién no ha tropezado con gente envidiosa en el camino?

Me costaba entenderlo porque yo casi nunca siento envidia. Aprecio, felicito y me alegro por los logros, capacidades y talentos de los demás. Disfruto y agradezco lo que tengo y lo que soy. Todos tenemos fortalezas y debilidades, ¿qué sentido tiene compararse para sentirse insuficiente?

«Al clavo que sobresale le dan un martillazo», dicen los japoneses. La paradoja es que he intentado pasar desapercibida, no destacar, ser amable con todos y aún así tropiezo con gente envidiosa que intenta hundirme en el fango denso del que ellos no logran salir y tergiversan lo que digo y hago.

Soy discreta y no alardeo de lo bien que me va en algunos aspectos a pesar de las dificultades. Amo y soy amada. Me siento afortunada y agradecida. Vivo en paz. He sentido alegría y tristeza, placer y dolor, como todo el mundo.

¿Es esto tan especial o extraordinario como para causar semejante emoción? Yo creo que no porque todos podemos lograrlo, pero hay personas que se comparan, se sienten menos de alguna forma porque no se aman a sí mismas y de ese desamor nace la envidia.

Por otro lado, ser el objeto de la animadversión y agresividad de una persona envidiosa no es agradable. Los envidiosos critican, buscan faltas donde no las hay, minimizan los éxitos en lugar de reconocer los esfuerzos, hacen comentarios dañinos, distorsionan, desean que otros no posean lo que ellos no tienen. Pueden llegar al acoso moral, a la divulgación de mentiras o descalificación en forma de insinuaciones, chismes o cotilleos para perjudicar a la persona envidiada. Incluso pueden causar daño físico.

Y ante esa baja vibra me pregunto: ¿cómo me fortalezco para que toda esa negatividad proyectada hacia mí no me afecte?

Con amor propio, autocuidado y consciencia.

Escucharse y establecer límites claros refuerza el amor propio. La dignidad, ese respeto hacia ti mismo/a, es fundamental para poner límites en nuestras relaciones.

Toda acción tiene una reacción. Toda causa tiene un efecto. He probado a ser generosa con la gente envidiosa y parece que funciona por un rato. Pero no aprecian lo que das o haces de más porque se enfocan en lo negativo y si no hay se lo inventan.

Luego vuelven a sus pensamientos rumiantes y a los mismos patrones viciosos, ya que para cambiar, necesitan trabajar en sí mismas, amarse a sí mismas. Así que termino por alejarme de la gente con la que no resueno.

En esta experiencia humana todos somos espejos de otros y a veces vemos en otros una proyección de lo que no queremos ver en nosotros mismos. Al ser conscientes de la ley del espejo, el juego de la vida humana se hace menos dramático.

Muchas veces me han puesto etiquetas que no tenían nada que ver conmigo sino con el espejo porque el juicio y la crítica hablan del que juzga. También se han enfadado porque pienso distinto y no tomo partido a favor o en contra de algo o de alguien. Para rematar, me atrevo a cuestionar el discurso oficial.

Ante el juicio y la crítica, me amo y me cuido al recordar que aunque me estén echando el agua sucia a mí, esas etiquetas son asunto de ellos. Cada uno percibe la realidad desde su estado de consciencia y por eso es que percibimos tan distinto, a menos que estemos con seres que vibren en una frecuencia parecida.

Amor propio también es hacerme responsable de atender lo que me afecta y de cuidarme a mí misma lo suficiente como para que toda esa «mala baba» me resbale. Y en ello estoy. Como parte del autocuidado, suelo recurrir a la escritura como desahogo, para aclarar mis ideas, quitarme pesos negativos y sanar en positivo. A otras personas les puede resultar mejor hacer deporte, pintar, bailar, cantar o ir al campo, por ejemplo.

Cuando vibro en amor y alegría nada de lo que hagan o digan puede afectarme. En ese estado de consciencia puedo responder con firmeza desde mi paz y no reaccionar desde el personaje que se siente atacado y herido injustamente.

Aunque suelo estar en paz y centrada, a veces me pillan fuera de base, lo admito. Entonces, por andar distraída siento una bofetada que me abre algunas viejas heridas y me recuerda el trabajo interno pendiente. Y esta toma de consciencia, aunque dolorosa, también es positiva.

La envidia, ya sea al despertarla o al sentirla, es una emoción de las tantas que hemos venido a experimentar en estos cuerpos humanos. En cualquier caso, es un mal trago que podemos remediar con amor propio, autocuidado y consciencia.

Y como me dijo una amiga: «No hagas tuyo un problema ajeno. El que siente envidia es responsable de ella. Siéntete orgullosa de ser como eres.»

Así que volemos alto, más alto que la envidia, ahí donde las palabras no pueden ofendernos ni los gestos herirnos.

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